Aunque muchas veces nos referimos al hambre y al apetito en forma indistinta, son dos conceptos distintos que es bueno diferenciar:
El hambre es una necesidad fisiológica de nuestro organismo. Es una necesidad vital e indispensable para aportar al cuerpo todos los nutrientes que requiere, de tal forma que se convierte en un instinto que garantiza la supervivencia del individuo. Por otro lado, el apetito está relacionado con el deseo de comer por placer. Son muchos los factores que pueden influir en esta conducta. El apetito es selectivo, suele aparecer de forma repentina, de forma urgente, causado generalmente por un sentimiento emocional. Entre algunos de los factores que influyen sobre éste:
- Factores fisiológicos: la edad, el peso, el grado de actividad física o sedentarismo.
- Factores psicológicos: el estado de ánimo, experiencias previas frente a un alimento particular, restricciones dietéticas, desórdenes alimenticios, problemas afectivos o emocionales en el entorno familiar.
- Factores ambientales: presencia de distractores, compañía a la hora de la comida, conductas alimentarias familiares (horario y frec
uencia de comidas, lugar y tiempo destinado), estilo de vida familiar, cultura, nivel de educación.
- Factores hormonales: aunque bastante más complejos, es de mencionar el papel de la insulina, la leptina, la grelina, el glucagon, hormonas tiroideas e intestinales, glucocorticoides, entre otros, que influyen en la regulación del equilibrio entre hambre y saciedad.
Evidentemente aún y cuando son muchos los factores involucrados, el primer hecho a recordar es que el apetito varía normalmente con la edad y durante ciertos períodos específicos del ciclo vital; por supuesto, siempre y cuando estemos hablando de niños sanos, otro caso sería, cuando el pequeño sufre una enfermedad aguda, en el que la pérdida de apetito se resuelve conforme se resuelva la enfermedad.
Las necesidades energéticas de los niños pueden variar mucho y por lo general, alrededor de los 15 meses empieza una etapa de «anorexia fisiológica» coincidiendo con un período de crecimiento lento y que en promedio se extiende durante la época preescolar. Como la velocidad de crecimiento disminuye, el apetito es menor y la ingestión de alimentos parece irregular o impredecible.
Es aconsejable respetar, en la medida de lo posible, la sensación de saciedad o de hambre expresada por los propios niños. Es una equivocación querer estandarizar la alimentación en función de la edad, y obligar a todos los niños a tomar la misma cantidad y al mismo tiempo; e igualmente es un error frecuente intentar que los niños terminen los platos cuando se han servido raciones parecidas a las de los adultos. Como padres debemos confiar en el control que cada uno de los niños tiene sobre su apetito y respetar su autonomía, para que tanto su apetito como su crecimiento, se den en forma normal. Todos los niños tienen días en los que comen bastante, y otros en que no lo hacen. Es necesario que permitamos al niño, expresar su sensación de hambre o saciedad, haciéndole ver que sus sentimientos cuentan.
Los hábitos alimentarios y las pautas de alimentación comienzan a establecerse muy pronto, desde el inicio de la alimentación complementaria (después de los 6 meses) y están consolidados antes de finalizar la primera década de la vida, persistiendo en gran parte en la edad adulta. Muchas dificultades relacionadas con el consumo de alimentos provienen de unas inadecuadas costumbres adquiridas en los primeros meses de vida. Para los niños de estas edades, la familia es la principal influencia en el desarrollo de los hábitos alimentarios. Los padres y los hermanos de mayor edad son modelos importantes para los pequeños en su aprendizaje e imitación.
Con el aumento de la edad, el apetito se recupera y tienden a desaparecer las apetencias caprichosas. En la edad escolar, la alimentación se va haciendo más independiente del medio familiar.
La adolescencia, por su parte, se caracteriza por un intenso crecimiento y desarrollo, hasta el punto que se llega a alcanzar en un periodo relativamente corto de tiempo el 50% del peso corporal adulto; se experimenta una velocidad de crecimiento mayor que en cualquier otra edad, superados los 2 primeros años de vida. A esto contribuye, también, la maduración sexual, que va a desencadenar importantes cambios, no solo en la composición corporal sino en su fisiología y en sus funciones orgánicas. Existe una enorme variabilidad en el momento en el cual se produce este cambio. Los requerimientos nutricionales durante la pubertad se incrementan para sobrellevar el crecimiento y el desarrollo acelerados de esta etapa.
EN CONCLUSIÓN: El ritmo de crecimiento y desarrollo del organismo de los niños va cambiando cada día que pasa, por ello, la alimentación debe adaptarse a sus características individuales, teniendo en cuenta su ritmo de crecimiento y desarrollo, su apetito, sus gustos, su estado de salud y la actividad física que realiza. No obstante, existen unas orientaciones generales que se traducen en frecuencia de consumo de alimentos y en cantidades aconsejadas (raciones) acordes a cada etapa, que te pueden servir de ayuda para diseñar una dieta saludable, variada y equilibrada, como ya lo hemos mencionado en post anteriores.
Es necesario que la familia y su comportamiento entorno a la comida sea coherente con lo que se practica en casa. Es muy frecuente que las distracciones y falta de estímulos a la «hora de la comida», sean algunas prácticas que puedan generar inapetencia en los niños.
Y recuerda,…si la falta de apetito se alarga más de lo esperado, busca el consejo del pediatra o médico a cargo.